Todos los días iba a la oficina con escotes reveladores, unos más que otros. Así que esa noche después de unos tragos, pensaba que por fin tocaría esos pechos jugosos que me quitaban la concentración cuando la veía pasar cerca a mi escritorio. Las cosas estaban saliendo muy bien, ella estaba alegre… yo también. Después del bar me invitó a su casa y por supuesto, yo dije sí. Estábamos en su sofá, mis manos temblaban un poco, pero nada que no se pueda controlar. Es ahora me dije, y comencé acariciando su cintura y por debajo de su blusa, fui subiendo hasta la gloria. Solté su sostén, estaban ahí al alcance de mis manos y las agarré, el tamaño no era un engaño, evidentemente eran grandes como se revelaba en sus escotes. Apreté un poco más… pero algo me detuvo; era como si tuviera un seno duro debajo de otro seno. Sí, eran implantes, me sorprendió la sensación, pero no me detuvo para nada”, cuenta Enrique, uno de nuestros consultados respecto al gusto de los hombres en cuanto a implantes de seno.
Sin embargo, el resultado de nuestro sondeo reveló que el 70 por ciento de los consultados prefiere que los pechos que van a tocar y admirar, sean naturales.
“Aunque debo admitir que me encantan las mujeres con un buen par de senos, prefiero que estén naturales y como estuvieron predestinadas a venir al mundo”, dice otro de nuestros consultados en el sondeo.
Otra de las respuesta que va en este sentido, explica: “Ni con implantes, ni teñidas, ni con lentes de contacto... Es como tener un Ferrari, ponerle motor Mazda y repintarlo. La belleza debe ser natural tal cual Dios la hizo”.
A FAVOR. Un 30 por ciento de los hombres consultados dijo que no tienen problema con los implantes de seno, porque hay que admitir, que a la mayoría de los hombres le gustan los senos grandes.
“No importa si la chica tiene implantes o no, ya que eso le podría ayudar a que tenga más confianza. En fin, cada una de ellas es libre de elegir lo que es mejor para ellas. Por último ahora los implantes lucen mas naturales y una chica con implantes se ve igual de bella que una con pechos naturales”, comenta otro de los consultados en el sondeo.
EL DILEMA. Todo el debate sobre lo natural y lo artificial comienza a perder sentido cuando se revelan las cifras quirúrgicas. Según el Universal, la cirugía más común en las mujeres es el implante de senos, seguida de la Rinoplastia, la Liposucción y el aumento de párpados y labios. Dentro las estadísticas de cirujanos locales, el aumento de mamas también está entre las tres cirugías que más solicitan las mujeres.
Si la mayoría de los hombres milita por lo natural, ¿cómo es que estamos atiborrados de publicidades que utilizan modelos con escotes generosos?. Muy sencillo, a los hombres nos gustan los senos grandes y ese no es ningún secreto, todos lo saben, sobre todo las mujeres.
Según la cirujana española Nélida Grande, el aumento de mamas es una de las intervenciones de cirugía estética más comunes, así como muy gratificante para las mujeres que tienen poco pecho o que lo tienen algo caído, tras un periodo de lactancia, por ejemplo.
Gracias a los beneficiosos resultados de este tipo de operaciones, el sentido estético se une aquí a la mejora de la salud psicológica de la paciente, que verá recuperada su autoestima y evitará traumas posteriores o le ayudará a superar los que ya tenía.
Existen muchos lados para abordar el tema de las cirugías plásticas, lo cierto es que el sondeo realizado por H reveló que a la mayoría de los hombres le gusta lo natural y en este caso, se espera que la naturaleza sea muy, pero muy generosa.
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LA PROFE
Por Almudena Torres [Notable revelación femenina en narrativa erótica]
Polvo y paja
Me lo enseñó él en el jacuzzi, al acercar el glande al chorro de agua a presión. Le acaricié la base y comprobé los estragos que hacía el agua en ese pequeño apéndice que de pronto se convirtió en un mástil de bandera. Luego las muecas que hacía me dijeron el resto: mi pequeño se sumía en un placer profundo que le hacía gruñir, porque los hombres gruñen cuando las mujeres gimen. O gritan, como es mi caso.
Viajó, me quedé sola y una noche me sumergí en el jacuzzi a la luz de cien velas, que ubiqué con amor en todas las repisas y al borde de la bañera. Quería estrenar un vibrador que escogí con cuidado en un sex shop, cediendo con miradas lánguidas a los consejos que me daba ese muchacho robusto y tatuado, que atiende el negocio. Era como mi pequeño, ambos menores que yo. Yo en el esplendor de mis 30 años; ellos en la segunda década de vida. Me llevé el más suave, el menos pretencioso, cargué las pilas y sumergí el aparato en el agua tibia para gozar de sus leves sacudidas. Así estaba, con el rostro arrobado por las caricias del agua tibia y del vibrador cuando recordé la imagen de mi pequeño, cuando se debatía en las redes invisibles del placer. Entonces encendí el chorro de agua, aproximé mi hendidura a la fuente de agua y de inmediato sentí un cosquilleo intenso, inaguantable como la más bella de las urgencias.
Mi amor había escrito una frase en el espejo con el rouge más rojo de mi cartera: El que compra jacuzzi tiene malas intenciones.
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