Parada ante la luz roja de un semáforo, Rosaura se pregunta por qué siempre tienen que detenerla. Con creciente impaciencia, siente que las orejas le arden, que sus músculos se tensan, y golpea el volante del auto para desahogar su frustración. Finalmente, la luz cambia a verde y, molesta y estresada, sigue su camino. ¿Cuánto se demoró esperando ante el semáforo? Aunque a ella le pareció una eternidad, en realidad fueron... 45 segundos.
Martha, por su parte, espera en autoservicio de un restaurante de comida rápida. Irritada expresa: "¿Es necesario demorarse tanto para pedir una hamburguesa? ¡Qué barbaridad!", dice. Como Rosaura, Martha se llena de tensión y ansiedad. ¿Cuánto se demoró en la fila? ¿Valieron la pena la tensión, la ira y el estrago que le provocó este simple episodio? La demora fue de 3 minutos en total.
El caso de Alejandra es diferente. Ella comenzó una dieta y, con mucho sacrificio, se quitó las comidas que más le gustan. Pero cuando se paró sobre la balanza y comprobó que había rebajado menos de lo que esperaba, decidió que "las dietas no funcionan", y volvió a sus hábitos alimenticios de siempre. ¿Cuánto tiempo llevaba en la dieta? menos de una semana.
A toda máquina. Salta a la vista que en los tres casos, la paciencia, esa virtud que algunos llaman "de sabios", brilla por su ausencia. Pero estos no son casos aislados; en la era de la que queremos todo ¡ya!, la mayoría de las personas puede hallar el origen de su ansiedad y frustración en la impaciencia.
"En la actualidad, para las personas que quieren todo rápido y más rápido, ejercitar la paciencia puede parecerles totalmente impráctico y hasta anticuado", explica la escritora M.J. Ryan en su libro El poder de la paciencia.
De acuerdo con Ryan, la impaciencia -ese afán inútil de que el mundo avance, o más bien corra, a nuestro ritmo- nos llena de ansiedad, y eleva así los niveles de estrés en el organismo, capaces de provocar hipertensión, dolores musculares e irritabilidad.
Más felices y sanas. La persona paciente toma las cosas con calma; se mantiene en control de sus emociones. Esto le permite pensar las cosas para actuar de una manera más serena y eficaz. Esto, a su vez, ayuda a tener una vida más sosegada, lo cual promueve la salud de la mente, el cuerpo y el espíritu.
Mejores decisiones y buenas relaciones. La probabilidad de elegir mal disminuye cuando nos damos tiempo para ver todo el panorama y pesar los pros y los contras de una situación. La persona paciente se toma el tiempo de conocer, escuchar y atender a las otras personas. Esto las hace más comprensivas y compasivas. Sus relaciones con familiares y amigos suelen ser más profundas y satisfactorias. Y ya conocemos el importante papel que estas juegan en nuestro bienestar emocional, físico y mental. Propóngase, al menos un día, vivir el momento. No apure las cosas. Tómese el tiempo de pensar en lo que hace y de disfrutar el proceso, de lo que está haciendo. Al final del día, repase de qué manera pudo tomar mejores decisiones, comunicarse de una forma más efectiva o disfrutar de lo que hizo. Si de repente pierde la concentración y se impacienta... tenga paciencia; cambiar este hábito toma tiempo y perseverancia..
Trate de aminorar la marcha
Si comienza a sentirse impaciente, deténgase. Respire profundo, cuente unos segundos, y exhale el aire por la boca.
1 Si comienza a sentirse impaciente, deténgase. Respire profundo, cuente unos segundos, y exhale el aire por la boca.
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