Los tatuajes son cada vez más populares. Una flor, un dragón, un ángel o un pez; usar la propia piel como lienzo se ha convertido en un práctica común y cada vez más frecuente en el mundo postmoderno. Y no hace falta que a uno le guste el rock o el punk para tener uno; no es necesario pertenecer a ningún grupo, ni hermandad. Para muchos, un tatuaje es una moda o un juego, para otros es un asunto de extrema seriedad.
La tinta, las agujas, los teléfonos inteligentes, el cemento, las computadoras y la piel tatuada parecen ser parte de un misma era. Sin embargo, los tatuajes, más que una expresión de la vida moderna y de tribus urbanas, son una herencia atávica, parte de una memoria primitiva y ritual. En medio del delirio tecnológico de un mundo que ya apenas puede diferenciarse de lo que hace muy poco no era más que ciencia ficción, el ser humano parece escuchar el llamado de sus raíces más profundas.
El estudio de tatuajes Rama, de Rafael Cárcamo, es uno de los más antiguos de La Paz. Cárcamo nació en Perú y llegó a Bolivia hace casi 30 años. Entonces le llamaban mucho la atención el trabajo de los tatuadores de la calle que hacían su trabajo con máquinas “hechizas”. Le fascinaba el mundo del tatuaje, pero pensaba que podía hacerlo mejor que muchos. Vio que había tatuadores ambulantes que iban a ofrecer sus servicios a los cuarteles. Tatuaban a los soldados el número de la división en la que habían hecho su servicio militar. “Es una cuestión patriótica, el orgullo de haber servido a la patria, un poco machista”, comenta.
Cárcamo no había cumplido aún los 20 años y vivía en un parqueo de la zona Sur, cuando unos chicos llegados de Brasil solicitaron un espacio para hacer tatuajes. También ellos tatuaban con máquinas “hechizas” y con tinta china. “No lo hacían profesionalmente”, dice, pero a él le sirvió para acercarse más a la manera de hacerlo. La primera vez que tatuó a alguien, a “un chiquillo de la zona Sur”, lo hizo también con tinta china. “Era un sol y un ave, un tatuaje pequeño, bien simple”, recuerda. “El chico se fue contento, y yo en realidad no tenía idea de nada, ni siquiera que se debía usar una tinta homologada”, rememora.
“Nunca tuve un maestro y tampoco el apoyo de mi familia para esto. Siempre me gustó dibujar y aprendí a hacer tatuajes solo, practicando con pieles de cerdo y en la piel de algunas frutas. De a poco aprendí lo que es el respeto. Y tenía sólo 17 años, pero con el tiempo te vas profesionalizando”, cuenta. Antes de abrir su estudio, Rafael Cárcamo se capacitó con ayuda de un médico en todo lo que se refiere a las estrictas normas de higiene, métodos de esterilización y demás medidas de seguridad necesarias para cuidar la salud de los clientes.
Narrar la vida en la piel
Hubo un tiempo en que Cárcamo hacia tatuajes de sol a sol; hoy eso ha cambiado. Ahora se toma su tiempo y hace del momento del tatuaje algo especial. “Lo veo como un ritual”, dice. Para él, el tatuaje es una forma de lenguaje y es también una forma de libertad. “De la piel para afuera la sociedad no te permite hacer ciertas cosas, pero de alguna manera uno siente que hay una expropiación de tu cuerpo”, explica.
También para Miyuki Iihoshi Rodríguez, Sibele Tineo Montero y Ken Vargas Wakimoto, que pronto prestarán sus servicios de tatuadores o “dermopigmentadores” en el estudio Heiwa, con máquinas nuevas y un concepto diferente de lo que es el tatuaje. Para ellos se trata de una manera de comunicar algo, de contar una historia en la propia piel. “Es una forma de narrar, de comunicar un momento de tu vida, de algo que has aprendido y que vas anotando en tu cuerpo. Es escribir con tinta indeleble en un diario al cual no se pueden arrancar las hojas; el diario de nuestro cuerpo”, dice Ken.
Sibele es una chica trinitaria que aprendió a tatuar con una de las “leyendas urbanas de tatuajes”, un personaje de nombre Marcelo Lara “Chicheño”, que hoy ya no vive en Bolivia.
“Queremos que la gente entienda que el tatuaje no es una moda, como cree alguna gente; debe ser algo realmente tuyo, porque va a estar en tu piel para siempre. Tiene que gustarte y representarte. Yo, por ejemplo, no tengo muchos tatuajes visibles porque no me gusta mostrarlos . Están más escondidos. Es mi historia y no voy por ahí para exhibir mis tatuajes”, comenta Sibele Tineo. Uno de los que sí es visible se encuentra en su muñeca, es la palabra “valentía”, en idioma moxeño trinitario.
Vetos y otras costumbres
Rafael Cárcamo es apasionado también por la historia del tatuaje; cuenta que la palabra tatuaje viene del maorí y “tatau”, que evoca los golpes que se daban sobre la piel con los instrumentos propios de esa etnia para realizar los tatuajes.
Según cuenta, el tatuaje era una práctica prohibida en la antigua Roma, donde solamente se tatuaba a los seres humanos para identificarlos como antisociales y delincuentes. En Grecia, sin embargo, se trataba de una práctica aceptada, pues los griegos se tatuaban según la profesión que ejercían. “Los traductores se tatuaban un lorito, por ejemplo; los constructores, una escuadra”, explica. En Egipto, las mujeres se tatuaban el cuerpo para establecer una conexión con lo divino. Los antiguos cristianos se tatuaban una cruz diminuta en el interior de la muñeca o bien el símbolo del pez, que representa a Cristo, detrás de la rodilla.
Cárcamo cuenta también que en Bolivia el tatuaje es una costumbre antigua en los pueblos del oriente amazónico. Afirma que en la Guerra del Chaco los soldados vieron cómo se tatuaban los indígenas tobas y matacos, y según algunas crónicas aprendieron de ellos. “Los tobas y los matacos les enseñaron. Se ponían el número de serie que tenían asignado para que se los reconozca en caso de muerte, era una especie de documento de identidad”, comenta.
“El tatuaje es un arte”, asegura Cárcamo y cuenta que en Japón , por ejemplo, hay gente que compra y vende pieles humanas tatuadas. Los otros tatuadores confirman este dato y aseguran que una universidad en Japón, la Universidad de Jikei, en Tokio, recibe pieles tatuadas donadas; sin embargo, funciona un mercado negro de pieles tatuadas por las que se pagan grandes sumas de dinero.
Miyuki, que al igual que Ken, es boliviano-japonesa, es quien lleva más tiempo dedicada al arte del tatuaje de los tres socios del estudio Heiwa. Si bien no se dedican al tatuaje ritual japonés, para el cual es necesario estudiar por lo menos diez años, sí trabajan con muchos diseños de la cultura japonesa. Parte de su experiencia, además de la gente de la cual aprendió, Miyuki se la debe a los tatuajes que hizo en la piel de su hermano .
“Mi hermano tiene 18 tatuajes míos en el cuerpo”, cuenta. En su tiempo libre, estos jóvenes se dedican a tatuarse entre ellos para practicar. Ken recuerda que él también tenía máquinas de tatuar “hechizas” y que se tatuaba a sí mismo con tinta china.
Cuando viene un cliente, le dedican un tiempo largo a encontrar un dibujo adecuado. No suelen bajar las imágenes de internet. Si el cliente ya les trae una propuesta, tratan de indagar más en lo que le pueda gustar, le proponen algunos arreglos o variaciones de ese dibujo. “Primero les preguntamos qué les gusta, qué música escuchan, hasta cuáles son sus tendencias religiosas, por ejemplo. Vamos armando un esquema, si se quiere, un perfil psicológico y de ahí sale el diseño”, cuenta Miyuki.
Catársis y endorfinas
Ni en el estudio Rama ni en el estudio Heiwa hay luces de neón ni nada que sea grandilocuente. Quieren desmitificar el arte del tatuaje tal como lo “vende” la serie norteamericana “Miami Ink”, que lo muestra como un asunto moderno y glamoroso. Entre la persona que hace el tatuaje y el cliente se crea un lazo fuerte, íntimo y el proceso es muchas veces un proceso catártico.
Tatuarse el cuerpo puede llegar a ser adictivo; mucha gente que se hace un primer tatuaje vuelve una o varias veces más.
“Yo me he hice un tatuaje que tenía que ver con algo que me sucedió, es una mariposa en el hombro; la mariposa es como un símbolo de algo que he superado. Se siente dolor, pero el dolor mismo es liberador”, dice Claudia Miranda que pronto se hará su tercer tatuaje . “Cuando te haces uno, te quieres hacer otro. Pero creo que el tercero va a hacer el último”, agrega.
“Cuando te haces un tatuaje se liberan endorfinas”, dice Miyuki y Silbele explica que el dolor físico muchas veces es una forma de superar el dolor emocional.
Los tatuadores también afirman que una persona con tatuaje tiene más riesgo de contraer cáncer de piel que alguien que no los tiene. “Hay que ponerse bloqueador solar y cuidar mucho la piel para evitar enfermedades y para que el tatuaje dure y se mantenga”, explican.
Lo veo como un ritual”, dice. Para él, el tatuaje es una forma de lenguaje y es también una forma de libertad. De la piel para afuera la sociedad no te permite hacer ciertas cosas, pero de alguna manera uno siente que hay una expropiación de tu cuerpo
Las precauciones necesarias
Las medidas de higiene y seguridad deben ser extremas.
Jamás debe usarse una misma aguja. “Algunos tatuadores lavan sus utensilios con detergente y ponen en serio riesgo la salud de sus clientes”, dice Rafael Cárcamo.
La esterilización se puede hacer con máquinas especiales como un autoclave, una ebullidora o ultrasonido. “Pronto nos va a llegar de Japón un esterilizador ultravioleta para todos nuestros equipos”, comenta Ken y explica que será un complemento para el autoclave.
Además es necesario tener siempre tintas especiales, homologadas, que no contengan plomo ni ninguna otra sustancia nociva para el organismo.
Un tatuaje exige un cuidado extremo; es imprescindible el uso de bloqueador solar y cremas para evitar enfermedades y garantizar que el tatuaje se mantenga por el mayor tiempo posible.
Para evitar cualquier infección no se debe ingerir alcohol en días posteriores al tatuaje.
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