Todo comenzó en la Universidad de Harvard. Los expertos querían evaluar si se podía hacer un daño selectivo a la grasa subcutánea a través de la aplicación de frío controlado en la superficie de la piel.
Los resultados fueron sorprendentes: aplicando una temperatura muy concreta, que varía entre los 2 y los 10 grados centígrados, se enfría selectivamente la grasa. Así, de una temperatura corporal de 37 grados llegamos a los 10. El agua necesita menos grados para cambiar de estructura y congelarse. La grasa, sin embargo, se espesa y se solidifica a los 10 grados
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